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De pronto se escuchó un sonido, como una nota musical             , las olas crecieron y se volvieron gigantes, verdemar, hermosas, los niños pensaron que tocarían la luna, no las temieron.

Parada junto a la orilla, contra la marea, Lupita alzó los brazos en una súplica —su trenza negra ondeando hacia un costado, las pupilas dilatadas en forma de estrella, la boca apenas abierta como si respirara (pero no)— .

Estaba dentro de sí.

¿Encontraste algo?, quiso preguntar Niní, ¿te irás? Pero el cuello de Lupita se dobló hacia atrás como el cuello de un cisne; su voz cambió de timbre— aoo aaoo aoo—.


—¿Lupita?

—Aao aao aoo —repitió Lupita y sus ojos se volvieron negros y diminutos como los ojos de un langostino muerto, y su cuerpo se evaporó en una sustancia blanca.

—¡Lupita! —Niní corrió en círculos llamándola, sopló su silbato para espectros

Pero Lupita León no regresó a su forma de Lupita León.
 

Los niños contemplaron un momento la soledad en la que se encontraban. Ahora las olas eran pequeñas, negras. Solo un camión de helados translúcido siguió a los hermanos desde la ruta costera. 

Esa noche Niní y Gusi miraron por la ventana de su cuarto y trataron de sentir la influencia secreta de la luna.

—Creo que la siento —dijo Niní.

—Creo que la siento, también —dijo su hermano.

Después se metieron en las camas. Gusi se quedó dormido en un instante, vagó por la noche de su mente.

Niní no pudo dormir. Toda la noche miró al techo, iluminado por los rayos de la luna, blanco y liso como la cáscara de un huevo.

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La música y las ilustraciones son originales y pertenecen al autor

Los efectos de sonido son de licencia libre
 

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