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Al otro día, el padre les dio a los niños un poco de dinero y los dejó pasear solos por el parque de diversiones.
Los niños compraron refrescos Limbo®, le pidieron un autógrafo al hombre que tocaba "El adiosito" en el organillo
y se subieron al Tren Espectral, un paseo de personas vivas cubiertas en sábanas blancas con dos agujeros a la altura de los ojos.
Luego corrieron a la tienda del parque.
Del canasto de ofertas sacaron un silbato que imitaba el silbido de los espectros y un frasco con el alma de alguien.
—¿Eso es todo? —dijo Gusi— ¿Qué hacemos ahora?
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